Cerraba los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de las manos. Apretaba los dientes tanto, que le dolía la mandíbula. No le quedaban lágrimas, no le quedaba pena. Tan solo podía sentir rabia. Con la cabeza agachada, sin querer cruzar su mirada con nadie, sin querer sonreír ni poner buenas caras ni dar explicaciones, se encaminó hacia el Hospital de Bellvitge. Empezó caminando deprisa, acabó corriendo todo lo que le daban las piernas.
Llegó a la puerta sin aire, casi no podía respirar. El chico de seguridad de la puerta le preguntó si se encontraba bien, si necesitaba ayuda. Ella respondió que no. Subió las 9 plantas por las escaleras, los ascensores tardaban demasiado. Tropezó con alguien, le gritó que se quitara de en medio. Cada vez estaba más nerviosa, más ansiosa. Cuando llegó, no hicieron falta las palabras, las caras lo decían todo. Su hermano la abrazó sin mediar palabra. A veces, es mejor no decir nada. No había llegado a tiempo. Su madre acababa de morir. Demasiado pronto, demasiado joven.
Mary Serrano