Diu que diuen

Destinadas

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Abrí la puerta y ahí estabas, con un abrigo dos tallas más grande que llegaba hasta tus pies y la mirada fija en el felpudo que decía Tú haces mi casa más bonita. Me pediste comida. De la nevera y del armario saqué algo de fruta, unas conservas, embutido y pan y lo metí en una bolsa. Pisé, otra vez, el maldito búho de la suerte que cada dos por tres se cae de la nevera. “Por si acaso”, pensé, y lo metí también en la bolsa. 

— Muchas gracias. 

— De nada.

Cerré la puerta y seguí con mis quehaceres.

A medio día empezó a diluviar y ventear como hacía tiempo no se veía en l’Hospitalet. Viendo por la ventana a la gente correr para resguardarse de la tormenta, pensé en ti y un imaginario de lo que podría ser tu vida pasó ante mis ojos. Me levanté de un salto del sofá, me puse el chubasquero, cogí las llaves y salí de casa.

Antes de lanzarme al temporal miré a un lado y a otro de la plaza. Estaba tan oscuro que parecía de noche. Solo los relámpagos que se dibujaban en el cielo iluminaban la calle, seguidos casi al instante por truenos ensordecedores que parecían resquebrajar el cielo de norte a sur.

Recorrí la calle Mayor en dirección al ayuntamiento buscándote en los soportales. Pregunté a varias personas. Nada.

Bajaba tal cantidad de agua por la calle Xipreret que apenas podía ver los adoquines del suelo. Levanté la vista y arriba de las escaleras que cada día subía de camino al trabajo, vi un cuerpo recostado sobre la pared del museo. Reconocí aquel abrigo dos tallas más grande. Con el corazón en un puño comencé a subir tan deprisa como me daban las piernas mientras la tormenta parecía pronosticar el fin del mundo.

Me acerqué. Yacías inmovil bajo la despiadada tormenta que descargaba toda su furia sobre ti, indefensa y a merced del destino. Olía a tierra mojada y a soledad. Te aparté la larga y negra cabellera de la cara. Desfallecida y calada hasta el alma me miraste. Tus manos, heladas y temblorosas, cogieron las mías y susurraste: EI búho de la suerte te ha traído hasta mí. Te apreté contra mí para darte calor. La tormenta cesaba poco a poco. Todavía olía a tierra mojada y a soledad, pero ya menos.

El destino cruzó nuestras vidas y hoy se cumplen 30 años que haces mi casa más bonita. Feliz aniversario, amor.

Emma Núñez

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