Pues ya está aquí el 8M. Si el año pasado ya fue raro, porque en domingos no hay huelgas generales, éste, a mitad de febrero, ni siquiera teníamos claro si los sindicatos la habían convocado. Y luego, novedad 2021, resolver la duda existencial del to be or not to be en la manifestación (excepto si vives en Madrid que la institución ya ha decidido por nosotras, mmmm… ¿gracias?). En este contexto, pensarnos a las mujeres trabajadoras (feministas o no) en general y en concreto en la ciudad en mil y pico palabras, voy a necesitar un ansiolítico (de tan histéricas, históricas). ¿Qué decir este año que no nos haya dolido ya mil veces?
Bueno, empecemos por lo obvio: la crisis de cuidados que vivimos desde hace décadas ha devenido en colapso. Las consecuencias de su relegación a lo doméstico, mercantilización, feminización, individualización y falta de centralidad en la sociedad nos estallaron en la cara el 13 de marzo.
Un año después, el feminismo se piensa fundamental para salir de ésta, de ahí que la convocatoria de Madrid apele al feminismo ante la emergencia social o la de Zaragoza, por una salida feminista a la crisis. En l’Hospitalet de Llobregat, esta situación insostenible ya fue denunciada a principio de la pandemia por las propias trabajadoras del SAD (Servicio de Atención Domiciliaria) de la ciudad en un debate abierto sobre si Hospitalet sabe cuidar o no. Y lo han seguido denunciando las trabajadoras de servicios sociales municipales, frente a la impasibilidad del responsable del consistorio, llegando a negar los desahucios. Pastillita. Sigamos.
Lo segundo es señalar el impacto en la salud física, mental y emocional de las mujeres a raíz del teletrabajo, sobrecargado por el cuidado de la prole y sumando desigualdades en temas de conciliación laboral y responsabilidades en el sostén de la vida.
Este año, muchas hemos sobrevivido al ángel (exterminador) del hogar, que diría la Woolf, pero sin habitaciones propias. ¿En serio es necesario recordar cómo nuestras vidas se vieron desbordadas y hasta qué punto nos ha salvado del abismo los botiquines de urgencia y los SOS de y a la tribu? El poner la vida al centro mientras estábamos aisladas nos ha pasado tantas facturas que algunas las seguimos pagando un año después.
Quizás dónde sí deberíamos pararnos un rato largo es en que, por lo menos, tenemos trabajo y casa. Porque la alianza criminal entre patriarcado, racismo y capitalismo, con sus crisis cíclicas, ya se había cebado con las mujeres trabajadoras de origen extranjero, cabezas de familia monomarental, empleadas en sectores del cuidado en su mayoría y titulares de vivienda de alquiler (que se ve que no se va a regular nunca, como denuncian desde el Sindicat de Llogateres LH).
Que si es menester, recordemos una de las mejores reflexiones que se compartieron por redes en cuarentena profunda: “no, no estamos en el mismo barco. Estamos en el mismo mar, unes en yate, otres en lancha, otres en salvavidas y otres nadando con todas sus fuerzas”. ¿En serio necesitamos recordar todo esto este 8M? ¿Qué no hemos salido mejor sino más bien regulinchi y que algunas no van a salir nunca? Nuestra Santolino lo cuenta mejor que nadie, así que para qué repetirnos.
Pero, oye, unas palabritas más (y otra pastillita sublingual) para entender la importancia de la huelga general feminista porque nos permite visibilizar y denunciar que el patriarcado (como sistema de organización de la vida) y el machismo (como ideología que lo sustenta) siguen absolutamente incrustados en nuestras vidas. Que la opresión se basa en el delicado arte de transformar la diferencia en desigualdad y que sirve para que los hombres se lleven la gran parte del pastel en el reparto de los bienes comunes (salud, dinero y amor, en esencia) ya sea a hostias o de forma subrepticia. Y que en este fantástico sistema de privilegios y opresiones, a esas mujeres monomarentales trabajadoras con o sin garantías de derecho pues como que no se les acaba de escuchar (maldita tardanza de la ratificación del convenio 189 de las trabajadoras del hogar que no llega nunca) porque se les cruza el género, la clase y la etnia. Eso sí, igualdad de semanas para el cuidado de la criatura recién parida (¿o es el de la madre?) por parte del progenitor. Ponme otra pasti, porfi.
O dos. ¿Qué decir de las mujeres en situación de violencia que se vieron condenadas a confinarse con el demonio? ¿De las muertas, con o sin denuncia previa? ¿De las internas esclavizadas, atemorizadas, aisladas durante todo este año? ¿Del cierre de los prostíbulos sin alternativa alguna a las trabajadoras sexuales? ¿De las mujeres de las clases empobrecidas y lidiadoras profesionales con el funcionariado al otro lado de la ventanilla que ahora se sienten impotentes cuando les hablan en digital? ¿Que el paro se ha cebado con las mujeres? ¿Que las mujeres copan los sectores que han estado en primera línea de trinchera y no son las que mejores condiciones laborales tenían, tienen o tendrán? ¿Que para que nadie quede atrás nos necesitamos juntas, diversas y rebeldes?
Y entre tanto frente abierto, ahora entra por la puerta grande el debate de la ley trans y la del consentimiento. Arrastramos el de la regulación del trabajo sexual y el de la maternidad subrogada. En el interín, techo de cristal, terrorismo machista en los hogares, diferencias salariales del 25%. Menos el índice del acoso callejero, que ha bajado, todo mal, aceptadnos la broma (que si eres tío y no la entiendes, pregúntale a una amiga); a costa, eso sí, del incremento del ciberacoso, porque el machismo siempre encuentra su resquicio, por eso necesitamos una huelga general anual (y creo que también nos vendría fetén un comando SCUM en cada barrio y una Lisistrata en cada hogar).
Así que pensar el movimiento feminista hospitalense y su necesaria articulación en la ciudad en este año sindémico nos obliga a revivir las contradicciones que nos atravesaron en la huelga anterior. Con la perspectiva que dan los toros pasaos, muchas de nosotras vivimos esa jornada combativa con una alegría infinita pero contradecidas porque no era huelga, que era domingo. Ay, qué inocentes.
Recorrimos los barrios norte de la ciudad, los que luego fueron más castigados por la pandemia, sin saber que tardaríamos meses en volver a vernos. Pero si alguien nos hubiera avisado, hubiéramos hecho exactamente lo mismo, sin duda. Porque, sin ese nosotras, no se entendería la rapidez con la que nacieron las redes de apoyo vecinal alimentadas por las mismas manos con las que hicimos las pancartas. Ni el nacimiento de otras iniciativas feministas en la ciudad, como las Mujeres Unidas Entre Tierras y la Llibería Llavors; o el deseo de recuperar espacios de vida con la misma alegría que la que el año pasado liberamos el bloque de viviendas no-mixto, Ca La Cris, aunque les entraran (en pleno confinamiento y de madrugada) los matones de desokupa y las desalojaran un 25 de junio, en modo desescalada pero sin alternativa habitacional.
Se nos viene un año intenso, como siempre. La emergencia climática, la peor crisis socioeconómica en 80 años, la oscuridad amenazándonos en cada esquina (y el precio de la luz por las nubes), la pérdida de libertades y derechos colectivos. Por eso, insistimos: (eco)feminismo o barbarie. Otra vez más. Porque no hay pastillas para tanta f(r)actura. Ni siquiera contenedores.
Ana Anguita, antropóloga y vecina de l’Hospitalet