Leí la noticia en Twiter. Lo recuerdo bien, era lunes por la mañana y viajaba como cada día en un tren de cercanías que cubre la distancia entre mi domicilio y mi centro de trabajo. “Un trabajador de 19 años muere aplastado por una bobina de tela asfáltica en Cornellà”. El escalofrío y el golpe en el estómago. No leí mucho más, en pocos segundos la noticia quedó sepultada entre tantas otras, además de polémicas y ocurrencias varias en el TL de mi pantalla. Sin embargo, en algún lugar de mi conciencia quedó alojada la sensación de náusea y la rabia apenas esbozada que me produjo la lectura de ese titular.
Una semana más tarde, el grupo de wasap que compartimos los ex-alumnos de la EGB echaba humo. Cuarenta y no sé cuántos mensajes sin leer cuando me dispuse a entrar. Leí a toda prisa el historial de abajo arriba, a través de afectuosas palabras de pésame y palabras de ánimo hasta llegar al texto inicial, en el que mi amiga Silvia comunicaba la terrible noticia, a la vez que pedía que compartiéramos el manifiesto que habían elaborado los sindicatos y una decena de entidades convocando a una manifestación de apoyo. De golpe, la rabia silenciada hacía una semana estallaba con el dolor de mi ex compañera de clase. La de Xavi dejaba de ser una muerte anónima. Era el sobrino de Silvia, el hijo pequeño de su hermana y no, no había sido un accidente. En las conversaciones de wasap, mi amiga iba desgranando algunos detalles del suceso, la negligencia de la empresa a pesar de las denuncias, los sistemas de seguridad de la maquinaria que no funcionaban, la inacción de la inspección de trabajo, las jornadas de doce horas, la falta de formación en materia de riesgos laborales.
La muerte de Xavi no fue accidente, la negligencia no fue sinónimo de un descuido en este caso, ni tampoco de un error humano. La negligencia de CIDAC, la empresa donde trabajaba Xavi tiene otro nombre. Cuando se deja de invertir en las medidas de seguridad del trabajo de tus empleados a sabiendas que estás poniendo en juego su vida, estamos hablando de otra cosa. Cuando se elige deliberadamente ganar más dinero a costa de poner en riesgo la vida de personas, la muerte de un trabajador no puede considerarse un accidente. Xavi no falleció a causa de un accidente laboral, a Xavi lo ha matado la falta de escrúpulos de los empresarios para los que trabajaba y eso debería conllevar responsabilidades penales.
Mi amiga también nos contó algunos detalles de su sobrino Xavi. Un niño ejemplar, en palabras de su tía, que se puso a trabajar para ayudar en casa cuando la madre tuvo que cerrar la peluquería que regentaba debido a una enfermedad. La muerte de Xavi pasó a ser algo más que otra de las muchas muertes que nunca debieron producirse —nada menos que cien personas fallecieron por accidente laboral en nuestro país en el año 2020 a pesar de la pandemia, según un reciente informe de CCOO —¿Cómo no identificarse con el dolor de esa madre y de toda la familia? Cornellà, Catalunya, España. Europa en el siglo XXI, y la precariedad sigue matando a nuestros hijos explotados en trabajos de mierda.
Xavi era uno de los nuestros, y su muerte nos interpela a todos. Hijo y nieto de trabajadoras de L’Hospitalet. Siempre vi a su madre y a sus tías ayudando en la pescadería que la familia tenía en la calle Primavera, donde iba a comprar con mi madre o hacía algún recado para mi abuela. El trabajo y su cultura son la mayor escuela de los que pertenecemos a la clase obrera, que no murió, como escribe la periodista también vecina de la Florida, Montse Santolino en su artículo “No va ser un accident“, a pesar de que algunos se apresuraran a decretar su desaparición a principios de los noventa. Nuestras manos, siguen siendo nuestro único capital, como rezaba el cartel del legendario PSUC del 77, a pesar de que la sociedad de los espejos en la que vivimos insista en invisibilizarlo, obviando que la riqueza de unos pocos, cada vez menos y más ricos, a la que aspira la mayoría, tiene una cara oculta que sucesos como la muerte de Xavi revelan inesperadamente.
En Cornellà y en L’Hospitalet, en pleno siglo XXI se vive y se trabaja en peores condiciones que hace treinta años. La historia trágica de Xavi es también nuestra historia, porque ya tenemos aquí a la generación que, por primera vez en la historia de España, vive en peores condiciones de lo que hicieron sus padres. La clase obrera no ha desaparecido, pero tal vez, mientras nos hacían creer que esto ocurría, se nos fueron arrebatando derechos que harían empeorar las condiciones de vida de nuestros hijos. Por eso ahora tienen que volver a luchar por salir adelante como lo hicieron sus abuelos, porque tampoco es cierto, como vociferan algunos, que los jóvenes no quieran trabajar y sólo piensen en divertirse. La vida y la muerte de Xavi así lo desmienten. Cojamos el testigo que él nos ofrece, y exijamos justicia en su nombre y en el de todos nosotros. Nos va la vida y el futuro en ello.